02/12/2025
Por Alejandro Latorre
"Tenés abajo y arriba, dejá un poco para los demás", dice
señalando la barba y la cabellera del cronista sentado sobre un banco de la
Plaza Independencia y luego exhibe riendo su calvicie. La suya es una voz
acompasada, como siguiendo la velocidad de su viaje que comenzó hace 12 años
desde Perú y continúa por estas horas en la ciudad del ícono de los crotos,
Bepo Guezzi. "Cada día hago 30 kilómetros y descanso, me mantengo vendiendo mi
producción de pulseras y suelo tener momentos de felicidad", explica, sin
predicar su forma de vida. Después, acaricia a su perra de 12 años que lo
acompaña montada en el canasto de adelante y, con tono bajo, interrumpiendo el
ruido de la ciudad, admite que la nostalgia por los suyos, en imágenes
familiares de noches de navidad, lo entristecen; pero el seguir la ruta lo
vuelve a la realidad, a su realidad. Aníbal es uno más de los que realizaron la
metamorfosis que legó el filósofo y poeta Nietzsche: el hombre es un camello
que se arrodilla y obedece; luego debe ser un león que rompa las cadenas de la
sumisión y finalmente se transforme en niño, olvidándolo todo y creando sus
propios valores.
Texto y foto: Alejandro Latorre
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